Adelina
De Emilia Patiño Carreño
El dolor de cabeza era cada vez más fuerte. Esa risa, esa risa estridente, alaraca, falsa, y sin gracia, lo único que lograba era intensificar el dolor. Pero no era solo la risa, no, era la voz: aguda y esa manera tan molesta de levantar el tono para hacer preguntas. peer además, cuál era la necesidad de llamar a todos "darling", o incluir palabras en cualquier otro idioma en cualquier oración posible. Ojalá estuviera constipado, así no podría oler el hedor a ese perfume dulzón, mezclado con el sudor de toda una noche bailando. Si a eso se le puede llamar bailar, pasando de mano en mano, entre los caballeros del lugar, y dando voltereas con la gracia de un...
Aggg, el dolor no paraba y era peor cuando abría los ojos y se encontraba con esa boca, pintada de un rojo demasiado fuerte para su tamaño, los ojos saltones y los gordos rebalsando la línea del sosten, forrados con ese terrible vestido amarillo. Aggg, quién la había traido tan cerca de él, por qué no podía alejarse un poco, por qué necesitaba acercar tanto su cara a su oido para contarle alguna anécdota, por qué no podía darle espacio. Había invitado a Adelina solo para molestar a su madre, pero nunca había pensado en cuánto le molestaría a él.
Se alejo lo más que pudo del grupo en busca de un trago. Salió del salón y ya en el patio prendió un tabaco escondido entre los árboles, Adelina le volvía loco.
De pronto noto que alguién salía, una silueta amarilla que caminaba con gracia y algo nostálgica, ya sabes, ese caminar lento como en busca de algo, pero ya sin esperanza de encontrar. La persona se sentó en las gradas con la mirada perdida, y una expresión de decepción y tristeza. Sintió que quería acercarse y ayudar en lo que pudiera a la criatura que parecía perdida.
Sin pensarlo más, fue cortando el espacio que le separaba de esa persona, mientras sentía más y más ganas de consolarla. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, noto que quién estaba sentada era Adelina, pero era solo Adelina. Adelina se veía hermosa, cuando pensaba que nadie le miraba.