Como en un sueño
De Leticia Barrera
Había sentido su presencia en sueños desde que era una adolescente. Siempre era el mismo, con diferentes nombres. Comenzó con Adam, el primero. Durante los años que siguieron fue cambiando de nombres pero nunca de cara, de pelo, de cuerpo. Su palidez cómo el mármol y el largo cabello negro con reflejos rojos eran majestuosos. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos que cambiaban de color. Al comienzo no sabía que los hacía variar, pero con el tiempo se dio cuenta que cuando estaba en paz se volvían grises y cuando estaba emocionado, eran violeta.
Las primera veces que lo soñó casi no hablaba, sólo se tocaban y ella se despertaba pensando que era muy extraño volverse adolescente, por aquello de las hormonas. Dos semanas antes de cumplir 18 comenzaron a hablar y de pronto se dio cuenta que no era algo que le pasaba a todo el mundo. Este ser extraño y maravilloso era solo suyo. Dejó de hablar sobre él con sus amigas, que la creían loca. Todas las chicas que conocía salían con chicos, perdían la virginidad y esas cosas. Ella no necesitaba de nadie, tenía a su vampiro en sueños.
Nunca supo su nombre original. Simplemente empezó a llamarlo Viktor.
Con los años conoció hombres y se volvió "más normal". Salió en citas, se acostó con un par de chicos, pero Viktor siguió apareciendo. Era una constante en su vida, sus sueños ya no eran solamente eróticos. Hablaban mucho y la conexión era inmensa.
Cuando tenía 23 se enamoró de verdad, de un hombre real. Realmente era un amor fuerte, intenso y correspondido. Vivió años con él y la presencia de Viktor disminuyó bastante, casi no se acuerda de esa épica. Fueron pocos y sin intensidad. Hubo días en que lo extrañó, sobre todo cuando le agarraba una nostalgia sin nombre, en la que solo había sensaciones.
Al final pasó lo que siempre pasa, la relación se rompió y quedó devastada. El porqué ya no importa. Lo que importa es que Viktor volvió y los sueños dejaron de ser sueños. La visitaba seguido por las noches. Empezaron a viajar a lugares bellos y sin luz, siempre por la noche y sin saber como se movían. Historias maravillosas, sexo perfecto, la perfecta compañía.
Dejó de ver amigos y familia, no le interesaban los hombres. El dolor de su ruptura se encapsulaba en esta historia surreal. Era tan onírica que no se atrevía a contarla, por miedo a terminar en un psiquiátrico.
Una noche Viktor le dijo que se iría un tiempo, que le pedía perdón pero era necesario. Ella casi se desmaya o tal vez lo hizo, no había manera de saberlo.
A la mañana siguiente se fue a trabajar como una zombie. Tremendamente afectada y deprimida, se preguntaba como iba a seguir viviendo. Se dio cuenta que no necesitaba sentir nada, solo se limitaba a fingir que sentía. Se arrastraba por la vida como autómata. De vez en cuando veía a su familia, a sus amigos, salía con chicos, iba al cine, se tomaba los tragos. Nunca sentía mucho, pero era la manera más fácil de evitar que se preocuparan por ella.
Llegó a la conclusión que su alma se había quebrado en pedazos y que esos pedazos estaban repartidos. una parte estaban el el pasado normal y Viktor tenía más de la mitad.
Se limitó a vivir sin sentir. Cada año que pasaba dudaba más de lo que había vivido con su vampiro y pensaba que se le iba la razón. Pero por otro lado, la lógica le decía que si estaba perdiendo la razón lentamente desde la adolescencia, debería ver a Viktor más seguido. Entonces se convencía que había sido real.
Cuando iba a cumplir 40 decidió que no, que era suficiente, que la depresión había hecho mella y que no bastaba con tener un buen trabajo, dos amigos decentes, un madre, un padre y un hermano. Porque seguía sin sentir nada. “Me suicido el día de mi cumpleaños, pensó”. Así, los pocos seres cercanos que tengo no se acuerdan de mi en dos fechas tristes.
Faltaban dos semanas para los 40 y estaba todo fríamente calculado cuando Viktor apareció. No sabe si en sus sueños o en este mundo de medio vigilia. Era diferente, se veía humano. Simplemente le dijo que era hora de que estén juntos, que todo estaba listo. Ella se preparó para partir en sus brazos y de pronto apareció en el jardín de su casa, acostada en el césped, con los ojos muy abiertos.
No entendía nada, se supone que se iba con él para evitar un suicidio, pero ahí estaba, acostada en su jardín. Decidió seguir con sus planes y se fue a trabajar medio mal dormida. al día siguiente la llamaron de la gerencia. Le ofrecían un súper buen trabajo en Suecia, todo incluido por dos años. No sabe porque aceptó. tal vez por los seis meses a oscuras. Sus planes de suicidio quedaron en el aire. Siempre tengo los 41, pensó al final.
Llegó a Estocolmo, empezó su trabajo en pleno invierno, oscuridad todo el día y se sintió feliz, como no se sentía hace tiempo. Dos semanas antes de los 41 esperaba un tren, cuando regresó a ver a su derecha y ahí estaba, Viktor. Un Viktor mayor y más humano de lo que podía acordarse, dudo un segundo. Regresó a ver y unos ojos violeta la iluminaron y una sonrisa que prometía todo.