El ascensor
De Emilia Patiño Carreño
Como todas las mañanas el Sr. Ozuko estaba ya en el ascensor cuando yo me subí. La puntualidad de los dos era innegable. Era como si tuvieramos una reunión de dos minutos a las 7:58 todas las mañanas. Una leve inclinación de cabeza como saludo, mirar intensamente la puerta, a veces alguna intervención de un invitado y un "hasta luego" ahogado en el piso 7 donde el sr. Ozuko se bajaba.
Hasta ese día no sabía nada del sr. Ozuko. Su apellido lo supe cuando el conserje una vez lo saludo, pero no tenía idea de su nombre, ni dónde trabajaba, mucho menos su edad, si tenía familia, ni a qué dedicaba las tardes de sus domingos. Lo cual ahora parece extraño, teniendo en cuenta que compartía más tiempo el espacio con él, que con muchos de mis amigos y familiares.
Eran las 7:58 con 20 segundos cuando las puertas del ascensor se cerraron a mis espaldas. Tomé mi lugar al lado izquierdo del señor Osuko. A las 7:58 con 40 segundos el ascensor se detuvo de forma abrupta, las luces se apagaron, dejándonos al señor Osuko y a mi en una total oscuridad. A las 7:58 con 50 segundos el señor Osuko inició una especie de grito y lamento en una nota constante que no paró hasta las 7:59 cuando las luces volvieron a encenderse.
Regrese a ver hacia el Sr. Osuko para preguntarle si estaba bien, si necesitaba algo, si quería que lo acompañara a su oficina. El Sr. Osuko mostraba la cara roja, pero la mirada fija en la puerta como cualquier mañana. A las 7:59 con con 30 segundos llegamos al piso 7, donde el Sr. Osuko dijo su susurrado "hasta luego" y bajo del ascensor. Una especie de risa nerviosa se apoderó de mi cuerpo cuando las puertas del ascensor se cerraron y así se mantuvo, constante, hasta que el ascensor llegó al piso 10, a las 8:00, donde me bajé como cualquier otra mañana.