El Tropical
De Emilia Patiño Carreño
Juan puso una moneda en la rocola y eligió por quinta vez la misma canción. Con el paso tambaleante volvió a la mesa donde Ernesto fumaba viendo al vacío. Juan más que sentarse, cayó en la silla con un saco pesado. Con un impulso tomó su pequeño vaso de hervido que tenía casi dos gotas del licor, lo vació y con un golpe lo dejó en la mesa. El sonido pareció despertar a Ernesto de su ensueño, quien miró a Juan con los ojos vidriosos.
"Es la quinta vez que pones la misma canción", dijo Ernesto, sus palabras parecían serenas, pero su tono denotaba la falta de sobriedad. Juan lo miró pero no dijo nada, se sacó los lentes y se limpió los ojos, sirvió más licor en los vasos.
"¿Y quién está contando?" dijo, finalmente "acaso hay un número limitado para escuchar una canción?"
Ernesto lo meditó "Me imagino que no, pero socialmente se acepta más cuando escuchas varias canciones en una noche."
"Yo hoy solo quiero escuchar esta"
Ernesto se quedó callado, tomó su vaso y probó el licor. "Lo que no entiendo es por qué escuchas esta canción triste y de separación, si tú y tu novia tienen una buena relación."
"Por si acaso" Juan levantó pesadamente la cabeza y miró a Ernesto a los ojos. "Uno nunca sabe cuando la felicidad se va a acabar. No quiero que me coja desprevenido y sin práctica la soledad."
"¿Entonces vas a pre sufrir?"
"¿Quién te dice que estoy sufriendo? Solo estoy recordando cómo se hace"
"Tus ojos se ponen llorosos cada que suena el coro."
"Estoy recordando lo triste que me he puesto, para disfrutar más de lo feliz que estoy."
La botella seguía bajando mientras Ernesto escuchaba la filosofía extraña de su amigo, quién cada vez se veía más dormido. Sabía que iba a tener que cargarlo los tres pisos para llegar a su casa y aguantar los reclamos de Clara, la novia de Juan, sobre el estado en el que iba a llegar.
Juan se movía con el ritmo de la música, como si estuviera arrullándose a sí mismo. Ernesto lo miraba, con algo de envidia, mientras pensaba que después de la puteada de Clara, al regresar a su casa se encontraría solo con un gato al que no quería y que no le quería a él. Pero que desde la partida de Ana, era la única compañía que le quedaba. Pensaba también, como lo hacía desde hace meses, que tenía que olvidarse de la comida del gato... y de Ana. Pero había algo le obligaba a seguir alimentando al animal... y al recuerdo.
Juan levantó la cara con marcas de la mesa cuando comenzó el coro "Y es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor", lo que sacó a Ernesto de sus pensamiento. Con el final de la canción, cayó la cabeza de Juan sobre la mesa en un sueño profundo. Ernesto sabía que era momento de llevarlo. Así como también era momento de dejar de alimentar al gato.