Pasillo

31.07.2020

De Emilia Patiño Carreño

Llevaba más de 15 minutos esperando en el pasillo. Los espejos alrededor le empezaban a abrumar, su cuerpo reflejado innumerables veces, mostrando la ansiedad que empezaba a notarse en sus ojos, en su cara, en todo. ¿A quién se le ocurría quedar "después de almuerzo"? Podía ser a cualquier hora, en cualquier momento, pero él había aceptado, tratando de parecer despreocupado. ¿A quién se le ocurría también quedar en el pasillo de un hotel?


El pasillo de un hotel es el no lugar por excelencia. El hotel de por sí ya es un espacio transitorio, un lugar que no te pertenece, ni a ti, ni a nadie, y sus pasillos, son solo recorridos, más que lugares parecen momentos.


No había nadie cerca, al menos eso parecía, solo se escuchaba el sonido del ascensor llegando a otros pisos. Cada vez que empezaba el movimiento su corazón empezaba a palpitar. Cada vez con más fuerza. Cada vez con menos esperanza.


No le había dicho su nombre así que no podía preguntar por ella, sabía que su habitación se encontraba en ese piso, pues durante su semana de estadía se habían encontrado algunas veces en ese mismo pasillo. No había sido hasta la noche anterior cuando por fin se animó a hablarle, preguntarle su historia, contarle la suya.


Habían hablado por horas, sentados ahí sobre esa alfombra de mal gusto, reflejados en los espejos de las paredes. Ayer la copia infinita de su imagen no le molestó, principalmente porque estaba al lado de la copia infinita de la imagen de ella.


Habían hablado por horas, sí, pero nada personal. Ella nunca dijo su nombre, su edad, ni qué estaba haciendo en el hotel.Tampoco hizo preguntas sobre él. Sin embargo, sentía que nunca había conocido más a alguien, sus sueños y expectativas. Entendía perfectamente lo que le molestaba y lo que le gustaba del mundo, y simpatizaba con su necesidad de cambiarlo y romperlo todo. No había nadie más entre sus conocidos que haya entendido tan bien su extraño sentido del humor, ella además lo aumentaba, le daba un toque negro, que a él siempre le había faltado.


Cuando la vio salir del ascensor con un vestido de fiesta y los zapatos en la mano, supo que era el momento de hablar. Se acercó pero al pasar por su lado de su boca no salió ninguna palabra, su cuerpo se quedó paralizado, ella siguió, sin darle importancia, al principio, pero luego se giró y le habló. Él no había hecho nada, fueron las acciones de ella las que le habían dejado en ese pasillo, ya por más de 40 minutos, esperando el momento que es después de almuerzo.


No le había contado nada de su vida personal, pero en sus ojos notaba decepción, una especie de tristeza, y un sentimiento de libertad al estar sentada en medio de un pasillo de hotel, hablando con un completo extraño. Era esa libertad la que anhelaba ahora que esperaba, esa libertad que sentía haber perdido desde que ella se le acercó.


Miró su reflejo y notó desesperación en su mirada. Era tarde, tal vez ella se había ido, tal vez no iba a venir. La paciencia nunca había sido su fuerte y por mucho que intentara no lograba parar los pensamientos de derrota que estaban invadiendo su cuerpo. Miró el reloj 1 hora, una hora y media, dos horas. No pudo más. Se paró, se había acabado su tiempo, el de ella, el del pasillo. Jaló su maleta por esa horrible alfombra y llamó al ascensor.


Cuando las puertas de este se cerraban escucho como el otro ascensor también llegaba a su piso, trato de detenerlo pero fue tarde, las puertas se cerraron y el aparato empezó a bajar. Fue el viaje más largo que había tenido. Es muy largo el tiempo que toma desaparecer un no lugar. El pasillo dejó de existir.


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